Mi ventana óptica – El escándalo SENASA

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Pueblo que pierde la capacidad de asombro, la burla y la corrupción prevalecerán y lo que hoy nos escandaliza, mañana se disipa entre la indiferencia y el entretenimiento. Abinader protegió a los responsables del genocidio en Jet Set y nada pasó, igual sucederá con este otro crimen de lesa humanidad, el espejo roto de la institucionalidad golpeando a un país de corsarios.

Que no sólo destapa el robo millonario, sino un patrón histórico de vulnerabilidades estructurales, complicidades y fragilidad en controles oficiales, donde la corrupción se reinventa con cada gobierno, generando crisis como esta que rápidamente se esfuma. Porque no se trata únicamente de poses discursivas, sino de instituciones capaces de resistir las presiones de intereses privados y políticos.

Abinader, que construyó una narrativa de transparencia sobre la base de un Ministerio Público independiente, ya supera a los anteriores en robo al Estado, y mientras hablan de la operación «Cobra”, las preguntas se multiplican. ¿Cómo es que en el sistema de salud de los pobres se movieron contratos, adendas y pagos multimillonarios, sin encenderse las alarmas? ¿Y los mecanismos internos de supervisión y control no quisieron detectarlo? ¿Y qué dicen estos hechos sobre la capacidad del gobierno para blindar el erario frente a redes de poder enquistadas? ¿No lo advirtió la oposición?

Millones de pobres, que hoy ven su atención primaria, tratamientos de alto costo y terapias de sobrevivencia arruinarse exigen respuestas de un acto cruel y de violencia social, pues cada peso robado, es un tratamiento que no se dio para que gente muriera, pacientes vulnerables que quedaron atrapados entre la burocracia o la improvisación y a merced de esa delincuencia.

Esto es peor, porque los desfalcos no ocurrieron a través de una sofisticada ingeniería financiera con expertos invisibles, sino mediante prácticas conocidas y denunciadas históricamente, adendas contractuales, sin justificación técnica, aumentos de pagos por “capitación” sin evidencia clara de servicios prestados, proveedores privilegiados, estructuras administrativas que responden más a lealtades internas que a estándares profesionales y un sistema de compras públicas que, aún deja brechas para el fraude.

Aquí no hablamos sólo de corrupción, es una radiografía de fallas sistémicas en la presente administración. La población necesita más que enunciados persuasivos, una verdadera voluntad de llegar al fondo, caiga quien caiga, sin blindaje para ningún funcionario, aliado o empresario que resulte implicado. Y que, como se ha prometido tantas veces, la independencia del Ministerio Público sea real.

El pueblo está irritado por el festival de escándalos que persiguen al gobierno desde el principio. Percepción generalizada, de que en el país “todo sigue igual o peor” con la corrupción y la democracia. Cuando los ciudadanos sienten que esto es estructural e inevitable, se debilita la confianza, la participación y la credibilidad en dicho sistema, porque históricamente se ha demostrado que los casos de corrupción nunca son hechos fortuitos. Se alimentan de fallas de supervisión, controles débiles, incentivos perversos de una cultura administrativa donde el acceso al Estado es oportunidad para robar, como lo refleja el escándalo SENASA; dejando una herida abierta en la institucionalidad democrática, que será uno más de los archivos que el tiempo entierra o nos obligará a reflexionar sobre la pérdida de valores éticos y morales de quienes gobiernan. La población está descargando sobre Santiago Hazim su furia, pero pudiera ser el blanco equivocado, porque ningún funcionario haría esto, sin conocimiento del presidente.

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