Nuestro campo es una mina de oro

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La realidad nuestra de cada día ha demostrado que la expansión del turismo no es incompatible con el desarrollo de un sector agropecuario que sea capaz de suplir los alimentos domésticos necesarios y, al mismo tiempo, dedicar una porción importante de la producción para el comercio exterior. El planteamiento de contradicciones entre turismo, industria y sector agropecuario, como se esbozó y discutió a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, quedó atrás, muy atrás. Lamentablemente, después, comenzando los años 90, renació la idea de que para que el turismo creciera y se expandiera era necesario descuidar el campo hasta que muriera, y por poco ocurre lo deseado por algunos sectores carentes de visión de futuro.

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Hoy, la República Dominicana carece de la industria azucarera que tenía antes de 1996; la caficultura perdió bríos, perdió terreno, perdió caficultores y perdió quintales de producción. El cacao corrió una suerte similar. Con desprecio se hablaba de que la nuestra era una economía de postre, como si después de cada almuerzo no le tocara el turno a un buen dulce y a una sabrosa taza de café, etcétera. No había ni hay tal contradicción, son, por el contrario, medios distintos de producir riqueza y trabajo que se complementan.

Todos los años las entidades que organizan el turismo dominicano y a los agroproductores, dan cuenta de sus puntos de encuentros y de cómo uno, el turismo, consume la variedad de productos de origen campesino. Importantes subsectores agropecuarios se han expandido bajo el impulso de nuestra pujante industria turística. Este hecho debe continuar y debe motivar al Gobierno y a los productores para levantar, cada día, la importancia del campo.

Además de los turistas, la República Dominicana tiene una población de casi 12 millones de personas que requieren, cada día, alimentos. Y nos ha tocado, merced a las dificultades de producción que ha confrontado por años, ser un voluminoso suplidor de agroalimentos para Haití. Hay razones, pues, para despertar nuestros suelos, nuestros pastos y nuestras voluntades para modernizar la producción agropecuaria.

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