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- Por CARLOS McCOY
- Fecha: 13/11/2024
El ex general haitiano Joseph Raoul Cédras dijo una vez: «Para poner de acuerdo en algo a tres haitianos, hay que matar a dos». Difícilmente se podría definir mejor las dificultades para lograr consenso entre ellos. Esta expresión retrata de cuerpo entero los obstáculos para alcanzar acuerdos en Haití.
Nosotros quisiéramos estar equivocados, pero, es evidente que la cúpula gobernante, incluyendo a civiles, policiales y militares, no tiene interés en resolver el problema haitiano. Ellos viven muy bien repartiéndose el dinero que llega de agencias internacionales, mientras que la miseria extrema de su pueblo no les afecta en lo más mínimo, pues ni siquiera residen en Haití. Son dueños de lujosos apartamentos en Santo Domingo, Santiago, Miami, Nueva York, e incluso en París.
Echarle limón a la herida
El último acontecimiento respalda nuestra percepción. Cuando todo parecía indicar que se había llegado a un acuerdo y que se encaminaba hacia la celebración de elecciones en el 2026, el Consejo Presidencial de Transición (CPT) decidió destituir al primer ministro Garry Conille, quien asumió el poder en mayo pasado. De inmediato, el periódico Le Nouvelliste publicó un titular en primera plana: «Las bandas armadas que siembran el terror en el país no han tardado en reaccionar». El líder criminal Jimmy Chérizier, alias Barbecue, ha vaticinado que «la batalla empezará de nuevo».
Terrorismo en acción
Horas más tarde, leímos la noticia de que dichas bandas ametrallaron un avión de Spirit Airlines que aterrizó en el aeropuerto Toussaint Louverture, y también atacaron una aeronave de JetBlue que había despegado de la misma terminal.
Tras este segundo incidente, un vuelo de Air Caraïbes decidió no aterrizar en dicha terminal y se desvió al Aeropuerto Internacional de Las Américas en Santo Domingo. El vuelo TX554, que cubre la ruta París-Puerto Príncipe-Santo Domingo, finalmente solo cubrió la ruta París-Santo Domingo y regresó a Francia desde Las Américas.
No tenemos muchas opciones
Creemos que el problema haitiano debemos, en buen dominicano, «soltarlo en banda». No hay formas de entenderse con esta gente. La República Dominicana mantiene relaciones diplomáticas con la mayoría de los países del mundo. Sin embargo, no tiene relaciones formales con algunos, como Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán y Yemen, y no por ello se nos ha acabado el mundo. entendemos que ha llegado la hora de agregar a Haití a esta lista.
Ya es suficiente
Ya cerramos la frontera, el espacio aéreo, y los consulados; sigamos con la embajada y olvidémonos de este eterno problema. Es significativo destacar que la ausencia de relaciones diplomáticas formales no implica necesariamente la inexistencia de contactos o intercambios en otros ámbitos, como el comercio o la cultura.
La historia reciente de Haití está marcada por una inestabilidad crónica que parece inquebrantable. Desde la destitución de Jean-Bertrand Aristide en 2004, el país ha estado atrapado en un ciclo de violencia y gobiernos interinos sin capacidad para establecer un rumbo claro.
La comunidad internacional ha intentado intervenir, pero sin éxito sostenible. Los líderes haitianos no parecen dispuestos a priorizar el bienestar de su pueblo, y la violencia de las bandas armadas se ha convertido en una constante que no solo afecta a la población, sino también a la economía y la seguridad de la región.
Es doloroso, pero parece que la mejor opción para la República Dominicana es centrarse en su propia estabilidad y crecimiento, sin verse arrastrada por la perpetua crisis del vecino.
Haití necesita una solución interna que surja desde su propio pueblo, sin depender indefinidamente de apoyos externos que solo sirven para enriquecer a unos pocos mientras la mayoría sufre.
jpm/am