Marianela Jiménez destaca en la historia del arte nacional por su rol protagónico a favor del impulso y desarrollo de las artes plásticas y las vanguardias.
En la Galería Nacional de Bellas Artes se exhibe una retrospectiva de sus obras.
Es imposible no observar con asombro la fortaleza y calidades con las que Marianela Jiménez (Mao, 1925 – Santo Domingo, 2013) ingresó y permaneció en el terreno conflictuado del arte dominicano de los dos tercios finales del siglo XX. Como ayer, hoy volvemos a honrar su trayectoria de artista pionera y maestra de generaciones.
Era una deuda que esperamos apenas haya empezado a saldarse.
Con una obra ausente del mercado por la firmeza de sus coleccionistas en su decisión de conservarlas en sus colecciones, aportándole valorar y aprecio, Marianela Jiménez destaca en la historia del arte nacional por su rol protagónico a favor del impulso y desarrollo de las artes plásticas y las vanguardias.
Entre los primeros “bellasartianos”.
A un año de concluir su adolescencia, ingresó a los territorios del arte sin comprender aún la dimensión y entramados conceptuales de los cambios que en la sensibilidad y las expresiones artísticas y los postulados estéticos acontecían en Europa y América, al influjo de ideales nuevos, reñidos con la tradición académica y la concepción del oficio como objeto exclusivo de poderosos y gobernantes.
A esa corriente se adscribió esta artista, de manos de Celeste Woss y Gil, Georges Hausdof y Joseph Gausachs.
Woss y Gil, irrumpió en el escenario nacional con su primera individual de 1924, un año antes de Marianela nacer. Venía con estudios formales en Cuba y la Art League de NY, complementados con su formación primera en las manos de Abelardo Rodríguez Urdaneta (1870-1933) y posterior estadía en la Francia de preguerra. Pero la producción de Woss y Gil fue escasa, por la fiereza de su sensualismo feminista incompatible con la moral de la época. En nuestra Historia del arte, Marianela queda como la responsable de llevar el expresionismo al nivel egregio al que lo elevó, quedando al mando en esta expresión vanguardista hasta el advenimiento de la generación del 50-60 y su separación temporal del oficio.
La adscripción de la artista a los destinos, formulaciones y forma expresiva de esta corriente a tan temprana edad era de esperarse dada la proximidad intelectual, vocacional y jerárquica de su padre, el poeta, escritor, maestro y ex Secretario de Estado de Educación Ramón Emilio Jiménez (Santiago de los Caballeros, 1986 – †Santo Domingo, 1970) con el grupo de inmigrantes que integró la primera matrícula docente de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en 1942, cuando abrió sus puertas.
Entre el pueblo y la aristocracia.
Marianela fue parte de la mejor cosecha de las enseñanzas que allí impartieron Celeste Woss y Gil, José Gausachs, George Hausdorf, Manolo Pascual y José Vela Zanetti, entre otros; fundadores, imprescindibles y personales en su arte. Estaba entre sus primeros alumnos, contaba 17 años.
Dos hechos se conjugan para que esta artista despuntara con los rasgos que la caracterizaron y tal cual lo hizo: ese granado grupo de profesores y el apoyo de un entorno familiar comprometido con el arte y la cultura. El poeta Ramón Emilio Jiménez, a quien la escuela dominicana debe muchas de sus más emotivas y dominicanistas socionarrativas, apoyó sin reservas la vocación artística de su hija y, también, a ese grupo de artistas exiliados provenientes de España y Alemania. Su solidaridad quedó patentada en los retratos de la moza estudiante de arte que entonces era Marianela ordenó hacer a varios de ellos, incluyendo Gausachs y a Hausdorf.
Tan pronto destaca en la escuela, el estilo de Marianela Jimenez se ubica equidistante entre Hausdorf, Gausachs, Celeste Woss y Gil y Vela Zanetti.
Es algo extasiante para los diletantes del arte comprobar cómo la visión de la artista que por 1949 era Marianela según las obras pintadas por aquella época, conjuga, diestra y con personalidad propia, los temas, ideas y formas expresivas troncales de cada uno de estos portentos del arte dominicano de vanguardia.
En su enfoque una puesta en perspectiva de todo un entorno nacional que integra paisaje y gente. Personajes del folclore, playas, campos, flora y la ciudad caen a sus telas y adquieren la vibrante existencia que emana de un su trazo enérgico y cargado de pasta que entra al lienzo con fuerza huracanada, expresiva y matérica. Es la emanación de un alma escindida; que transita entre la fiera sensibilidad social y que, también, se regodea en el testimonio del boato conocido en un entorno de paisajes de afirmada presencia y fortaleza. Socialmente, la obra de Marianela Jiménez aborda los polos sociales opuestos de la sociedad que conoció. Su expresión no se detiene en nimiedades ni en descripciones. Su trazo pasa rápido y empastado sobre los anclajes y estructuras de sus representantes. Expresionismo e instinto creador. Boato unido al recuerdo. Pintura llena de melancolías y desafíos, propia de quien apuesta a la autenticidad consigo y su experiencia, que testimonia, en el arte, lo visto y lo sentido. Pueblo y aristocracia.
(** Note: This article was migrated from a legacy system on 7/15/2023)