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Las Marchantas: Patrimonio Cultural Vivo del Cibao que Debemos Preservar

Descubre por qué las Marchantas son un patrimonio cultural vivo del Cibao y un símbolo de identidad dominicana. Este artículo destaca la tradición, la gastronomía y la importancia de preservar su legado en Santiago de los Caballeros.

Las Marchantas forman parte esencial del alma popular dominicana. Su imagen recorre con dulzura y nostalgia las calles de Santiago, donde su presencia ha dejado huellas imborrables en la memoria colectiva de generaciones enteras. Ellas no solo vendían productos, sino que ofrecían cercanía, alegría y un sentido de comunidad que hoy parece diluirse entre los cambios del tiempo. Estas mujeres trabajadoras representaron más que un oficio; su canto y vestimentas marcaron una expresión genuina del folklore santiaguero que merece ser reconocido y preservado como patrimonio viviente de la nación.

Las Portadoras de Identidad y Tradición

Las Marchantas provenían de comunidades rurales y suburbanas del municipio cabecera de la provincia de Santiago, como Monte Adentro, Licey, Tamboril, La Ceibita, La Noriega, Los Cocos de Jacagua y el Ranchito de Piché. Eran mujeres madrugadoras, forjadas para aprovechar cada minuto del día. Desde las cinco de la mañana ya surcaban caminos y carreteras para adentrarse a la ciudad con sus mercancías. Su figura característica se componía de un extenso sombrero que las protegía del inclemente sol caribeño y un delantal práctico que facilitaba sus actividades de comercio ambulante. Esta indumentaria las hacía inconfundibles en las vías santiagueras, y su presencia despertaba a los habitantes de la ciudad con sus cánticos de promoción.

La Marchanta fue eternizada en el pincel de grandes pintores santiagueros como Yoryi Morel y en múltiples personajes para radio y televisión, consolidándose como un referente cultural de primera magnitud. Su legado trasciende lo meramente comercial para constituirse en un testimonio de resistencia femenina ante la adversidad del tiempo y las circunstancias.

La Riqueza de Sus Productos y Saberes

Estas laboriosas mujeres pregonaban diariamente una variada gama de productos cosechados o producidos en su entorno inmediato. Ofrecían carbón, plátano maduro, habichuelas verdes, guandules, vainitas, maíz, panesicos, miel de abeja, huevos criollos, cebolla, ajo, vegetales frescos, remolacha y zanahoria hervida, auyama y pan de fruta. Entre sus elaboraciones más singulares se encontraban el guanimo y el maíz pelao, preparados con ese toque de autenticidad que no se encuentra en ningún otro lugar. Su forma de elaborar y ofrecer estos alimentos es una herencia que se transmite de generación en generación, un ritual cotidiano que encierra la memoria de los sabores más genuinos de la región.

La Transformación de una Era

La expansión comercial de la modernidad ha transformado profundamente el tejido urbano de Santiago y, con él, la presencia de las Marchantas. La irrupción de los colmados con servicio de delivery, que con una simple llamada llevan productos hasta el hogar, ha reconfigurado las demandas de las amas de casas y sus necesidades cotidianas. La modernidad se llevó consigo los anafes y el carbón vegetal, instalando el imperio de las estufas eléctricas y reduciendo a su mínima expresión el uso del carbón, uno de los principales productos comercializados por estas vendedoras ambulantes. El paso del tiempo y estos cambios estructurales las encaminan hacia la extinción, junto con lo que fuera su principal medio de transporte: el burro. Sin embargo, esta transformación no debe significar el olvido de quiénes fueron ni de lo que representaron.

Patrimonio Cultural que Demanda Protección

El monumento a la Marchanta en la Carretera Duarte es un símbolo que debemos preservar con amor y compromiso porque encierra la historia viva de nuestras mujeres trabajadoras. Su defensa es una manera de mantener viva la esencia de un pueblo que reconoce el esfuerzo y la dignidad del trabajo humilde, pero trascendente. Las Marchantas deben ser declaradas patrimonio cultural del país porque representan una tradición que combina identidad, sabor y arte popular.

Sus cantos, sus trajes coloridos y su manera única de llamar al cliente forman parte de un patrimonio intangible que debe ser protegido como testimonio de nuestra riqueza cultural. La Marchanta Dominicana es un homenaje a esas mujeres que con orgullo y sazón forjaron una tradición que aún vibra en el corazón del pueblo. Ellas no fueron simples vendedoras, sino portadoras de cultura y símbolo de resistencia femenina ante la adversidad de las circunstancias.

La Responsabilidad de las Nuevas Generaciones

Es una necesidad nacional evaluar la confusión cultural que enfrentamos y tomar el arte como referente para reencontrarnos con nuestras raíces. Sin la valoración de nuestras expresiones autóctonas, corremos el riesgo de perder lo que nos hace únicos. Las Marchantas son arte viviente y expresión pura del folclore santiaguero que debe trascender la nostalgia para convertirse en acción concreta de preservación.

A quienes nacieron en Santiago o han residido hace dos décadas en esta ciudad, la desaparición de las Marchantas constituye hoy una nostalgia profunda. No deja de provocar melancolía ver en las montañas del recuerdo a una Marchanta con su canasto lleno de maíz pelao o guanimos caminando por Don Pedro, Monte Adentro o Tamboril. Esas mujeres son la memoria andante del Cibao y deben ser honradas como tales. La mujer de esas comunidades debe luchar por mantener en pie el monumento a la Marchanta porque defenderlo es defender nuestra historia, nuestra identidad y nuestro orgullo popular. Solo así garantizaremos que las futuras generaciones comprendan quiénes fueron estas gigantes del folclore santiaguero y valorarán el legado invaluable que nos dejaron con su trabajo, su arte y su presencia constante en las calles de nuestro Santiago querido.

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