La Iglesia Católica llama a una reforma urgente del sistema penitenciario dominicano
En un emotivo llamado durante la conmemoración del Viernes Santo, representantes de la Iglesia Católica dominicana centraron su atención en la crítica situación que enfrentan las personas privadas de libertad en el país. Desde la Catedral Primada de América, el reverendo diácono Frank Luis de la Cruz Alcequiez utilizó la reflexión de la quinta palabra de Jesús en la cruz —“Tengo sed”— para ilustrar el clamor de justicia y dignidad que surge desde las celdas sobrepobladas y los pasillos judiciales colapsados. Con un tono que combina urgencia moral y esperanza colectiva, la institución eclesiástica trazó un panorama detallado de los desafíos estructurales que impiden la rehabilitación efectiva de los reclusos, al tiempo que reconocieron avances parciales y plantearon rutas concretas hacia la transformación del sistema.
El grito desde el hacinamiento: una realidad que desafía la dignidad humana
La imagen de celdas diseñadas para cuarenta personas albergando hasta doscientos internos se ha convertido en el símbolo más crudo de la crisis penitenciaria dominicana. Durante su homilía, el diácono Frank Luis de la Cruz Alcequiez describió esta situación como “terrible y perversa”, subrayando cómo el apiñamiento físico genera una sed existencial que trasciende lo corporal. Las cifras respaldan esta denuncia: según informes recientes como el revelado por Prison Insider, la tasa de hacinamiento supera el 64%, colocando al país entre los casos más preocupantes de la región. Esta saturación no solo vulnera derechos básicos como el espacio vital y la higiene, sino que crea un caldo de cultivo para enfermedades físicas y trastornos mentales entre la población reclusa.
Detrás de estas estadísticas se esconden historias humanas de abandono. Muchos internos duermen en hamacas suspendidas o directamente sobre el suelo, carentes de colchones y sometidos a condiciones que nulifican su privacidad. El reverendo destacó cómo esta realidad contradice los principios fundamentales de la Constitución dominicana, que establece la reinserción social como objetivo central del régimen penitenciario. La situación se agrava en centros emblemáticos como La Victoria, donde más de ocho mil personas comparten instalaciones obsoletas bajo custodia militar, lejos de los estándares del nuevo modelo de gestión.
Mora judicial: el laberinto sin salida que perpetúa el sufrimiento
Uno de los diagnósticos más contundentes emitidos desde el púlpito católico apuntó hacia la “mora judicial” como cáncer institucional. El propio presidente de la Suprema Corte de Justicia reconoció en enero de 2025 que esta dilación procesal constituye el principal obstáculo del sistema. La consecuencia directa son cientos de personas sometidas a medidas de coerción indefinidas, atrapadas en un limbo legal donde la presunción de inocencia se desvanece ante el peso de los meses y años de espera.
Este colapso burocrático tiene rostros concretos: jóvenes que ingresaron por delitos menores y envejecen tras las rejas sin sentencia, familias fracturadas por procesos que se eternizan y un Estado que incumple su deber de garantizar juicios oportunos. La Pastoral Penitenciaria ha respondido a esta emergencia creando equipos jurídicos especializados que buscan agilizar casos estancados, pero sus esfuerzos chocan contra la magnitud estructural del problema. Como señaló el diácono, “la justicia no puede seguir siendo privilegio de unos pocos”.
Entre la deshumanización y la esperanza: la labor de la Pastoral Penitenciaria
Frente a este panorama desolador, la Iglesia Católica ha erigido un bastión de solidaridad activa a través de su Pastoral Penitenciaria. Más que un programa asistencial, este ministerio encarna una filosofía que reconoce en cada privado de libertad “el rostro sufriente de Cristo”. Sus acciones van desde el acompañamiento espiritual hasta la formación técnica, pasando por la defensa jurídica y la creación de “casas del redentor” para facilitar la transición post-carcelaria.
El reverendo De la Cruz destacó iniciativas innovadoras como los talleres de arte-terapia que permiten a los internos expresar su dolor y anhelos a través de la pintura, o los programas de alfabetización que han permitido a hombres y mujeres completar su educación básica. Estos esfuerzos, sin embargo, enfrentan limitaciones ante la escala de necesidades: la falta de medicamentos en consultorios médicos, la insuficiencia de materiales educativos y la carencia de espacios adecuados para talleres productivos.
Dos modelos en contraste: entre la vieja represión y la nueva rehabilitación
La República Dominicana vive una paradoja penitenciaria. Mientras centros tradicionales como La Victoria perpetúan prácticas medievales, el Nuevo Modelo de Gestión Penitenciaria muestra resultados alentadores. En los 22 centros de corrección y rehabilitación operados por civiles capacitados, se aplica un protocolo de tratamiento individualizado que incluye evaluación médica, plan educativo y capacitación laboral. El contraste es abismal: donde el viejo sistema ve delincuentes, el nuevo detecta potencial humano por desarrollar.
Las estadísticas revelan que los reclusos bajo este modelo presentan una tasa de reincidencia inferior al 5%, frente al 60% de los centros tradicionales. La clave radica en un régimen estructurado que combina disciplina con oportunidades: jornadas que inician al amanecer con higiene personal, desayuno comunitario, actividades formativas y talleres productivos. Como explicó Ysmael Paniagua Guerrero, coordinador del nuevo sistema, “no se trata de almacenar personas, sino de transformar vidas mediante la restauración de la dignidad”.
Hacia una reforma integral: desafíos y propuestas
La Iglesia Católica no se limita a denunciar, sino que plantea una hoja de ruta concreta. Primero, la construcción urgente de nuevos centros penitenciarios que alivien el hacinamiento, particularmente en provincias con mayor población carcelaria. Segundo, la aceleración de la reforma judicial para reducir la mora procesal mediante la modernización tecnológica y la capacitación especializada de jueces. Tercero, la ampliación del nuevo modelo de gestión a todo el sistema, lo que requiere inversión en infraestructura y formación masiva de personal penitenciario civil.
Un punto crítico es la necesidad de voluntad política para priorizar esta reforma. Aunque desde 2020 existe un Plan Nacional de Reforma Penitenciaria declarado de interés nacional, su implementación enfrenta obstáculos burocráticos y limitaciones presupuestarias. La Iglesia propone crear mesas de diálogo que incluyan a todos los actores: desde autoridades hasta exreclusos rehabilitados, pasando por académicos y organizaciones civiles. Esta propuesta fue reiterada durante el Sermón de las Siete Palabras, donde los líderes religiosos insistieron en que el país no puede esperar más para actuar.
El llamado final: compasión activa y construcción de futuro
Al concluir su meditación sobre las palabras de Cristo, el diácono Frank Luis de la Cruz Alcequiez hizo un llamado a trascender la indiferencia: “Cada dominicano está llamado a ser sacramento de misericordia para quienes yacen en las tinieblas del fracaso social”. Este desafío implica superar estigmas seculares y reconocer que la seguridad ciudadana no se construye con más rejas, sino con oportunidades reales de rehabilitación.
La transformación del sistema penitenciario se presenta así como prueba moral para la nación. En el equilibrio entre justicia y misericordia, entre seguridad y reinserción, se juega el alma de una sociedad que aspira a ser plenamente humana. Como testigos de esperanza, los esfuerzos de la Iglesia y de instituciones comprometidas muestran que otro modelo es posible: uno donde las cárceles dejen de ser depósitos de desesperación para convertirse en talleres de segundas oportunidades.
Referencias usadas en Artículo
- Iglesia urge acciones ante crisis del sistema penitenciario
- República Dominicana: informe revela grave situación de hacinamiento en cárceles
- Los temas que marcaron el Sermón de las Siete Palabras
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