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Entre pregones y personajes: La memoria viva de la Zona Colonial y barrios aledaños de Santo Domingo

Descubre la memoria viva de Santo Domingo entre pregones y personajes pintorescos de la Zona Colonial y barrios aledaños. Un recorrido por la cultura popular que define el alma de la ciudad.

En una mañana cualquiera, cuando aún los pájaros apenas comienzan a desperezar el día con sus chirridos, se alzan también los primeros pregones de la ciudad: "¡Compro hierro viejo, neveras viejas, camas viejas, estufas viejas, aires acondicionados viejos, motores viejos… mujeres viejas! En fin, todo lo que sea viejo lo compramos". Ese canto callejero, mezcla de negocio y humor, fue parte del paisaje sonoro de Santo Domingo en los años 60, 70 y 80, y aún hoy sobrevive con algunas variaciones.

Las Raíces Profundas del Pregón Dominicano

Los pregones han sido por años una de las manifestaciones folclóricas más importantes de la cultura dominicana, a tal punto que muchos compositores han incorporado este canto popular a sus canciones como estribillos. Esta forma de promoción popular llegó con la africanía, y estuvo bastante presente en el siglo XVII y XVIII cuando el esclavo comenzó a articularse en la economía informal y la de jornalero. El pregón tuvo su auge al final del siglo XIX y comienzos del siglo XX, manteniéndose vigoroso hasta la década del 70 del siglo pasado según la historia del pregón dominicano.

La tradición encuentra sus raíces en el proceso de manumisión, que era el derecho que le daba el amo al negro para que éste le comprara y luego ser negro liberto. Estos negros manumisos con acopio de alimentos y productos menores llegaban del campo a la ciudad para vender sus mercancías y lo hacían con sus cantos. El pregón es música con melodía, y algunos pregones sobresalen y han permanecido a través de los años por la originalidad y creatividad de sus autores.

Personajes Inolvidables de la Zona Colonial

Bajando por la calle Santomé, se dejaba ver uno de los personajes más pintorescos: el Dr. Anamú. Vestía con elegancia modesta, traje de dril blanco o saco negro estrecho, sombrero y corbata negra. En su brazo izquierdo sostenía inseparables libros, y en el derecho, su gastado maletín de médico. Rumbo al Hospital Dr. P. Billini, buscaba entre monjitas la bondad de un desayuno.

En la calle Pina, aparecía temprano Lindín Rotelini —apodado "boca de jobo"—, cargando una cubeta de agua, seguido de cerca por Flérida Ozuna, su inseparable compañera, que sacaba la basura del taller de ebanistería donde ambos vivían. Su unión, celebrada en plena calle, fue recordada por los vecinos: ella, ataviada con traje de novia, y él con un saco prestado de mangas largas que ocultaban sus manos, y una corbata mal anudada por algún amigo. Lindín, de mal genio, reaccionaba con furia cuando alguien osaba llamarlo por su mote; nadie sabía de dónde aparecían las piedras que lanzaba contra los burlones, como si las guardara escondidas en el taller.

Otros deambulantes eran igualmente célebres. Maco Pempem, rechoncho y bajito, de ojos claros, pelo lacio y siempre harapiento, caminaba dejando a su paso un olor penetrante. Su voz ronca y tartamuda infundía temor entre los niños, que lo observaban desde la distancia. Barajita, en cambio, parecía salida de una comparsa: mestiza, baja de estatura, con sombrero, pestañas largas y colorete en los pómulos. Sus labios pintados de rojo encendido enmarcaban una boca sin dientes, adornada con risueños aretes colgantes, collares llamativos, pulseras y anillos en casi todos los dedos. Con blusa multicolor, falda blanca plisada y zapatos de medio taco, desfilaba oronda por las calles, como si la ciudad misma fuese su escenario.

El Coro de Voces que Despertaba la Ciudad

A ese coro de personajes se sumaban los pregoneros que recorrían las calles y barrios de la Zona Colonial; el español con su bicicleta, rueda de amolar y armónica anunciando su llegada; los tricicleros que gritaban "…atesadooor, atesando lo batidooore, ¡se lo pongo tieso por cinco pesos!"; el cuabero ofreciendo su estilla de leña; las marchantas de Quitasueño y Haina con sus canastas de hierbas, raíces y víveres; las lavanderas que entonaban "Lavando la ropa". Por las calles resonaban también los plataneros: "…y me voy, con los plátanos barahoneros" y es así como la ciudad se iba llenando poco a poco de tradición y alegría de identidad, como ilustra este recuento de pregones y personajes.

No faltaban los dulceros con su campana y pregones melódicos: "…empanadita y bizcochos, masitas y suspiros, bienmesabes sabrositos, ¡más bueno hija!, ¡ay ombe hija!". Ni los vendedores de "alegrías" de ajonjolí, de "jalaos" que jalaban muelas, o los maniceros con sus latas humeantes: "¡maní, manicito caliente!". Este último pregón conecta la historia cultural común del Caribe, evocando "El Manisero" de Moisés Simons, que sonó en la época de la popular canción afrocubana "Mamá Inés".

Más Allá de los Pregones: Una Galería Humana

Entre tanto bullicio creció Fremio, un vecino corpulento, primero dedicado a piropear jovencitas y luego entregado a la política, criticando con pasión a Balaguer y sus doce años. Finalmente se mudó a los predios del Congreso, donde, dicen, se domesticó.

Uno de los personajes más recordados fue Chochueca (Bienvenido Martínez), inmortalizado por Cuquín Victoria en la televisión. Su costumbre era recorrer velorios para dar condolencias y pedir, con desparpajo, las ropas del difunto.

También estaban el Capitán, o Capitán de la Basura, que vestía como militar; Filito, elegante de saco y corbata, víctima de un trastorno mental que lo llevó a deambular por la Zona Colonial; Cantalindo, que improvisaba poesías y canciones en el parque Colón; y Chichí el loco, quien imitaba a los beisbolistas entre murmullos. Se unían a esta galería Balaguerito, Mamá Inés, Pachuchó y, cómo no, la entrañable Dama de los perros, que paseaba por el parque Colón con su jauría fiel, convirtiéndose en leyenda viva de la ciudad.

El Legado Cultural de una Tradición Resistente

La cultura tradicional tiene en el pregonero un eje conductor viviente, que extrae de la cotidianidad y la cultura popular costumbres, cuentos y tradiciones que definen nuestra identidad. Los pregones se resistían "a dejar de ser" y, sobre todo, a "dejar de ser auténticos". Para la gente de hoy, es una suerte que este arte longevo no haya muerto y recobre una actualidad muy peculiar, de acuerdo al momento histórico y concreto que vive la sociedad dominicana.

El pregón ha ido desapareciendo con el desarrollo urbanístico, caracterizado ahora por las grandes torres de apartamentos, la inseguridad ciudadana y hasta el uso de la tecnología. Las guaguas anunciadoras se usaron bastante, pero fueron prohibidas en muchas urbanizaciones por el bullicio. Sin embargo, como plantean estudiosos del tema, el pregón creó un estilo que ha quedado "como elemento de valor folklórico y etnológico", como recalca la expresión oral picaresca del pregonero.

Hace falta escuchar más al afilador de tijeras, con su pequeña armónica que recordaba el uso del caramillo o flauta de la antigüedad y a otros de aquel entonces. Pero, ahí está el vendedor de helados: "a diez, a diez, guayaba, chocolate, fresa, helado en palito, a diez, a diez…", manteniendo viva la llama de una tradición que se niega a morir.

Así, entre pregones, personajes pintorescos y el bullicio de las calles, Santo Domingo forjó parte de su memoria colectiva. La Zona Colonial y sus barrios aledaños fueron escenario de un teatro popular donde la realidad y la fantasía se mezclaban, y donde la vida cotidiana estaba marcada por voces, olores, risas y personajes que, aún en su marginalidad, forman parte del alma de la ciudad. Esta riqueza cultural representa no solo nuestro pasado, sino también la resistencia de tradiciones que siguen latiendo en el corazón de la capital dominicana,

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