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Impacto del Cambio Climático en la Niñez Dominicana: Un Llamado a la Acción

Descubre cómo el cambio climático podría aumentar en un 20% el hambre infantil para 2050 y la importancia de incluir a la niñez dominicana en los planes climáticos nacionales para garantizar un futuro sostenible y justo.

En los últimos años, la República Dominicana y el mundo entero enfrentan una crisis de proporciones sin precedentes. No es una que acapare las primeras planas cada día, pero sus consecuencias resultan devastadoras: el cambio climático está transformando el futuro de millones de niños y niñas, arrebatándoles oportunidades, salud y esperanza. En nuestro país, más de seiscientos mil menores ya sienten los efectos directos de fenómenos climáticos extremos, un número que crece cada año y que exige una respuesta inmediata de nuestra sociedad[^1].

El problema es aún más profundo cuando consideramos que, mientras el planeta se calienta, los planes climáticos nacionales que deberían proteger a nuestros hijos permanecen prácticamente ciegos ante el hambre y la malnutrición infantil. Esta es la realidad que revela el análisis "Hungry Futures Index" de World Vision, un estudio exhaustivo de decenas de planes climáticos globales que expone una verdad incómoda: la mayoría de las naciones no abordan adecuadamente los riesgos que el cambio climático representa para la infancia[^2].

Una Omisión Que Cuesta Vidas

La magnitud del fracaso es asombrosa. El hambre infantil aparece mencionada apenas en una fracción de las contribuciones determinadas a nivel nacional, esos documentos fundamentales del Acuerdo de París donde los países establecen sus compromisos climáticos. La malnutrición infantil, aún peor, tiene una presencia casi olvidada. Para Mishelle Mitchell, directora regional de Relaciones Externas e Incidencia de World Vision en Latinoamérica y el Caribe, esta ausencia representa mucho más que un olvido administrativo: es como descuidar el efecto directo que la crisis climática tendrá en la supervivencia misma de nuestros hijos e hijas.

Lo que presenciamos es una cadena de riesgos perfectamente visible para quien quiera verla. El aumento de las temperaturas incrementa la incidencia de enfermedades como la malaria y el dengue, reduce los cultivos que durante generaciones han sustentado a nuestras familias, y empuja directamente hacia el hambre a comunidades completas. Cuando el cambio climático ocasiona la pérdida de cultivos para subsistencia como el maíz o el frijol, e interrumpe los ciclos de producción que nuestros ancestros perfeccionaron, el resultado es inevitable: aumentan el hambre y la malnutrición entre nuestros menores.

En Centroamérica ya presenciamos casos alarmantes. Guatemala vive una crisis humanitaria silenciosa donde el porcentaje de los niños menores de cinco años sufren de malnutrición crónica, una situación agravada por el cambio climático. En la Amazonía peruana, World Vision reporta un repunte preocupante de casos de malaria y fiebre amarilla precisamente por ese incremento de temperaturas que azota nuestra región.

Las Proyecciones Futuras: Un Despertar Necesario

Las proyecciones para las próximas décadas deberían mantener despiertos a los líderes de nuestro continente. El hambre y la malnutrición infantil podrían aumentar considerablemente para el año 2050 debido al cambio climático, según estimaciones de organismos internacionales[^3]. Pero la proyección más preocupante surge de análisis recientes de entidades regionales y UNICEF: millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes en América Latina y el Caribe podrían caer en la pobreza para 2030. Este riesgo se multiplica si los compromisos de reducción de emisiones no se cumplen y si la inversión climática sigue sin priorizar los servicios sociales clave para la infancia.

Más allá de nuestras fronteras regionales, los análisis revelan que una cifra alarmante de niños, adolescentes y jóvenes menores de veinticinco años podrían caer en la pobreza para 2030 considerando riesgos tanto crónicos como agudos. La mayor parte de quienes caerían en la pobreza tienen menos de quince años. La primera infancia, esos primeros mil días de vida tan cruciales para el desarrollo humano, es especialmente crítica y vulnerable ante estos impactos.

A nivel global, hasta un millón de niños menores de cinco años podría sufrir retraso en el crecimiento por efectos climáticos. Además, cientos de millones de niños vivían en los últimos años en zonas de vulnerabilidad hídrica alta, enfrentándose a escasez de agua durante eventos cada vez más frecuentes.

El producto interno bruto per cápita regional podría caer drásticamente en 2030 bajo los peores escenarios, profundizando aún más las desigualdades que ya asfixian a nuestras comunidades más vulnerables.

La Cuestión de la Justicia Climática

Existe una injusticia fundamental en esta crisis que no puede ser ignorada. Las comunidades que menos han contribuido a la emisión de gases de efecto invernadero son precisamente las que más padecen sus consecuencias. Las poblaciones más pobres de nuestro continente están tratando de sobrevivir con lo poco que tienen, y es profundamente injusto recargarlas con la responsabilidad de mitigar y adaptarse a una crisis que no crearon.

Mitchell enfatiza que aunque existen fondos internacionales para el clima, muchos de los recursos no están llegando a las comunidades más afectadas, donde viven precisamente quienes corren mayor riesgo. Esta realidad revela no solo una falla administrativa, sino un abandono moral de quienes más lo necesitan.

World Vision insiste en mantener el compromiso global de limitar el aumento de la temperatura. Como señala Mitchell, hay que mantener ese límite a toda costa. No es un asunto meramente técnico o político: es un tema de supervivencia a nivel global, una cuestión de vida o muerte para millones de niños.

Los Niños, Ausentes de las Decisiones

Resulta profundamente contradictorio que el Acuerdo de París reconozca a la niñez como agentes de cambio, cuando solo una minoría de los planes climáticos nacionales menciona su participación en el diseño o implementación de políticas. Únicamente Chad y Camboya han asumido un compromiso completo para incluir a los menores en estas decisiones fundamentales.

World Vision ha impulsado procesos innovadores de participación infantil en varios países. Las denominadas "mini COPS" realizadas en Brasil, Ecuador, Colombia y Perú han permitido que redes de niños, niñas y adolescentes aporten propuestas y recomendaciones directas a los planes nacionales. Estos espacios representan un modelo de inclusión que demuestra que es posible escuchar las voces de quienes más serán afectados.

Guatemala ofrece un ejemplo inspirador cuando incluyó a una niña en la delegación oficial a una cumbre climática. La República Dominicana, reconociendo su vulnerabilidad particular ante los fenómenos climáticos extremos, ha solicitado a organismos internacionales que incluyan en sus reportes científicos los impactos específicos del cambio climático en la infancia, especialmente considerando las olas de calor, inundaciones y otros eventos extremos que ya amenazan a nuestros menores[^4].

Un Llamado a la Acción Dominicana

La República Dominicana no puede permanecer pasiva ante esta realidad. Nuestro país, ubicado en una región particularmente vulnerable a huracanes, sequías y cambios en los patrones de lluvia, tiene la responsabilidad moral y práctica de liderar el cambio. Los cientos de miles de niños dominicanos ya afectados por fenómenos climáticos extremos no pueden esperar más.

Mitchel es categórica en su mensaje final: no puede ser que los adultos tomen las decisiones mientras las próximas generaciones pongan los muertos. La crisis climática no puede seguir discutiéndose sin la voz, la participación y las propuestas de quienes la vivirán durante toda su vida.

Integrar compromisos específicos que aseguren la inclusión y participación activa de la niñez en todos los planes climáticos no es un lujo o una concesión política. Es reconocer que producto del cambio climático millones de niños y niñas van a morir justamente de hambre, que millones no van a obtener el pleno desarrollo al que tienen derecho porque estarán malnutridos, o sufrirán de enfermedades exacerbadas por esta crisis que heredamos de decisiones ajenas a su voluntad.

En nuestras manos, como dominicanos y dominicanas, está el poder de cambiar esta trayectoria. Desde los hogares hasta los despachos de gobierno, desde las aulas hasta los espacios de toma de decisiones, debemos colocar a la infancia en el centro de nuestras políticas climáticas. Solo así podremos garantizar que los hijos e hijas de la República Dominicana tengan acceso a la nutrición, la salud, la educación y la seguridad que merecen. Este es nuestro llamado más urgente, nuestra responsabilidad histórica con las futuras generaciones.

Referencias usadas en Artículo


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