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La importancia de Pedro Francisco Bonó en la educación dominicana: un llamado a incluir su legado en las efemérides escolares

Descubre por qué Pedro Francisco Bonó, uno de los pensadores más importantes de la República Dominicana, merece ser incluido en las efemérides escolares del MINERD. Un llamado a valorar su legado en la educación dominicana.

En el calendario escolar dominicano brillan por su presencia numerosas fechas conmemorativas, algunas de indiscutible valor histórico y otras de cuestionable relevancia pedagógica. Sin embargo, una ausencia notable llama poderosamente la atención: el 18 de octubre, fecha del natalicio de Pedro Francisco Bonó, uno de los pensadores más lúcidos y visionarios que ha dado la República Dominicana, no figura en las efemérides oficiales del Ministerio de Educación. Esta omisión representa más que un simple olvido administrativo; constituye un síntoma preocupante de la desconexión entre el sistema educativo dominicano y las figuras que genuinamente deberían inspirar a las nuevas generaciones.

Un visionario adelantado a su tiempo

Nacido en Santiago de los Caballeros en 1828, Pedro Francisco Bonó se erigió como una figura excepcional en el panorama intelectual dominicano del siglo XIX. En una época marcada por la inestabilidad política, las constantes luchas caudillistas y el atraso cultural generalizado, Bonó desarrolló un pensamiento crítico y profundo que lo situó como el primer sociólogo de la nación dominicana. Su legado trasciende el ámbito político para adentrarse en la esencia misma de lo que significa construir una sociedad justa, educada y próspera.

La agudeza intelectual de Bonó le permitió comprender las raíces profundas de los males que aquejaban a la sociedad dominicana de su tiempo. Mientras muchos de sus contemporáneos se perdían en disputas partidarias y ambiciones personales, este hijo ilustre de Santiago fijó su mirada en los problemas estructurales que impedían el progreso genuino del pueblo dominicano. Su análisis no se limitó a diagnósticos superficiales; por el contrario, propuso soluciones concretas y visionarias que, sorprendentemente, mantienen su vigencia en pleno siglo XXI.

La educación como pilar fundamental del progreso

El pensamiento de Bonó sobre la educación resultaba revolucionario para su época. En plena década de 1860, cuando ocupó brevemente el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública durante el gobierno del general José María Cabral, elaboró uno de los análisis más completos sobre el estado de postración del sistema educativo dominicano. Su informe reveló cifras alarmantes que evidenciaban el abandono sistemático de la educación popular: un presupuesto educativo de apenas 17,136 pesos, distribuido de manera profundamente inequitativa entre las provincias del país.

Lo verdaderamente escandaloso, según documentó Bonó, era que la capital recibía el 45% de estos recursos mientras el resto de la República debía conformarse con el 55% restante. Peor aún, la enseñanza superior acaparaba 13,136 pesos, mientras que a la educación primaria, base fundamental de cualquier sistema educativo, se le asignaban apenas 3,960 pesos. Esta inversión de prioridades contradecía frontalmente la visión de Bonó, quien sostenía que la educación primaria debía recibir atención preferencial por ser la base sobre la cual se construiría el progreso nacional.

Una propuesta integral para transformar la nación

La visión educativa de Bonó formaba parte de un proyecto más amplio de transformación nacional. Este pensador dominicano identificó tres pilares fundamentales para el progreso del pueblo: primero, otorgar tiempo al hombre para trabajar y asegurar su trabajo mediante la disolución del ejército; segundo, establecer escuelas primarias y profesionales que guiaran, facilitaran y mejoraran el trabajo, haciendo la enseñanza libre de restricciones y retribuyendo dignamente a los maestros; tercero, la apertura de buenos caminos que abarataran los productos, hicieran más efectiva la comunicación y otorgaran más tiempo para producir.

Esta propuesta revela la profundidad del análisis sociológico de Bonó. Comprendió que la educación no podía existir en un vacío, sino que debía vincularse estrechamente con las condiciones materiales de vida de la población. Su énfasis en retribuir bien a los maestros demuestra que entendía, mucho antes que muchos reformadores modernos, que la calidad educativa depende directamente de la valoración y compensación adecuada del profesorado.

Defensor del campesinado y las clases trabajadoras

Bonó no se limitó a teorizar desde torres de marfil. Su cercanía con las realidades del campesinado dominicano y las clases trabajadoras informó profundamente su pensamiento. En sus célebres “Apuntes sobre las Clases Trabajadoras Dominicanas”, publicados en 1881, realizó un estudio pionero sobre la composición social criolla que lo convirtió en el padre de la sociología dominicana. Este trabajo representa un esfuerzo extraordinario por comprender la idiosincrasia del pueblo dominicano, sus fortalezas y sus desafíos.

La preocupación de Bonó por acercar la educación a los sectores más desfavorecidos de la sociedad era genuina y profunda. Observó con precisión que en las comunidades carentes de rentas municipales, donde la población carecía de capacidad económica para ser gravada, resultaba imprescindible comenzar enviando materiales educativos como libros, papel y plumas, así como mobiliario básico. Además, reconocía la necesidad de pagar sumas elevadas a los maestros que debían ser reclutados de otras regiones para servir en estas áreas marginadas.

Un pensador crítico en tiempos difíciles

La trayectoria política de Bonó estuvo marcada por su coherencia ética y su compromiso con la justicia. Participó activamente en la Guerra Restauradora, fue miembro de la Comisión de Guerra y consejero del presidente Pepillo Salcedo. Desempeñó funciones como senador, diputado, encargado de Relaciones Exteriores, inspector General de Agricultura y miembro de la Suprema Corte de Justicia. Sin embargo, su grandeza se manifestó también en su capacidad para decir no al poder cuando este entraba en conflicto con sus principios.

Cuando en 1884 se le propuso como posible presidente, Bonó prefirió ser ciudadano dominicano antes que militante partidario, renunciando a esa oportunidad. Protestó enérgicamente contra el fusilamiento de Salcedo y se retiró a su casa en San Francisco de Macorís, negándose a asumir funciones oficiales hasta que consideró oportuno regresar al servicio público. Estos actos revelan a un hombre de convicciones profundas, más comprometido con sus ideales que con las glorias efímeras del poder.

El legado vigente de un precursor

La obra intelectual de Bonó trasciende su época. Su novela costumbrista "El Montero", publicada en formato de folletín en 1856, ofrece valiosos testimonios sobre la vida cotidiana y el folklore dominicano. Sus “Apuntes para los Cuatro Ministerios de la República” de 1857 demuestran su capacidad para pensar la administración pública de manera integral. Su enfoque en vincular ciencia y vida, educación y trabajo, revela una comprensión adelantada de lo que posteriormente se conocería como educación contextualizada o pertinente.

El método de Bonó, basado en la observación participante, lo convirtió en un auténtico antropólogo social antes de que esta disciplina adquiriera su desarrollo académico formal. Su creación literaria, tanto narrativa como ensayística, constituye una fuente primaria invaluable para estudiar la cultura dominicana del siglo XIX. El campo sociológico y antropológico contemporáneo debe valorar su obra como testimonio fundamental de la historia y el folklore nacional.

Un reconocimiento oficial insuficiente

El Congreso de la República Dominicana, reconociendo la relevancia social de este pensador excepcional, declaró el 18 de octubre de cada año como “Día de Pedro Francisco Bonó” según el reconocimiento legislativo nacional. Este reconocimiento legislativo, aunque significativo, resulta insuficiente si no se traduce en acciones concretas que acerquen el legado de Bonó a las nuevas generaciones de dominicanos. ¿De qué sirve declarar un día en honor a una figura histórica si esa conmemoración no se refleja en el calendario escolar donde se forman los ciudadanos del futuro?

La omisión del natalicio de Bonó en las efemérides escolares del Ministerio de Educación resulta particularmente paradójica considerando que él mismo fue un reformador educativo, un crítico agudo de las deficiencias del sistema de instrucción pública y un defensor apasionado de la educación popular. Si hay una figura que merece estar presente en el imaginario escolar dominicano, esa es precisamente Pedro Francisco Bonó.

El llamado urgente a la acción educativa

La carta abierta del maestro Luis Miguel Then Santos, docente de Ciencias Sociales del propio Ministerio de Educación, plantea una interrogante fundamental que interpela la conciencia educativa nacional: ¿qué mensaje se envía a los estudiantes cuando se omite a un hombre que propuso una República basada en la ética, la educación y la justicia? La pregunta no admite respuestas evasivas. La ausencia de Bonó en el calendario escolar mientras se incluyen conmemoraciones de dudoso valor pedagógico o histórico revela una distorsión en las prioridades educativas.

El maestro Then Santos tiene razón al señalar que esta no es una cuestión menor. Se trata de justicia histórica, pero también de responsabilidad educativa. El pensamiento crítico, la capacidad de analizar la realidad social con profundidad, el compromiso con los sectores más vulnerables de la sociedad, la coherencia ética en el ejercicio del poder: todas estas virtudes que encarnó Bonó son precisamente las que la educación dominicana debe cultivar en sus estudiantes.

Una deuda pendiente con la historia y el futuro

Incluir a Pedro Francisco Bonó en las efemérides escolares del MINERD no constituiría un favor ni una concesión graciosa. Sería el cumplimiento de una obligación educativa elemental: presentar a los estudiantes dominicanos modelos de ciudadanía comprometida, de pensamiento crítico riguroso y de servicio público honesto. En tiempos

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