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La pobreza como negocio político en la República Dominicana: un llamado a la conciencia ciudadana

Descubre cómo la pobreza en la República Dominicana se ha convertido en un negocio político y la importancia de la conciencia ciudadana para romper este ciclo en 'La pobreza como negocio político en la República Dominicana: un llamado a la conciencia ciudadana'.

La encrucijada de la pobreza en República Dominicana

En la República Dominicana, la pobreza ha dejado de ser meramente un problema social para convertirse en un modelo de negocio político altamente rentable. Este fenómeno representa una de las contradicciones más profundas del sistema democrático dominicano: mientras que el país experimenta avances económicos significativos y la pobreza monetaria ha descendido históricamente a 18.98% en 2024—la cifra más baja desde que existen registros comparables—persiste una realidad perturbadora donde la miseria se administra políticamente en lugar de erradicarse genuinamente.

No se trata de un problema de falta de datos o de información. Los números son claros: más de dos millones de personas han salido de la pobreza, la pobreza rural ha disminuido de 38.5% en 2012 a 14.5% en 2024, y el índice de desigualdad de Gini ha mejorado significativamente de 0.49 a 0.38 en la presente década. En el tercer trimestre de 2025, 242,430 personas adicionales dejaron la pobreza, de acuerdo con datos sobre la ampliación de la clase media dominicana (RD avanza en reducción de pobreza y ampliación de la clase media). Estas cifras evidencian un progreso innegable en la dirección correcta, resultado de iniciativas como Supérate, programas de alimentación escolar y la generación de empleos.

Sin embargo, detrás de estas estadísticas progresivas existe un mecanismo perverso que merece ser expuesto: la utilización política de la vulnerabilidad humana (cuando la pobreza se convierte en negocio político).

El ciclo electoral de la esperanza falsa

Cada cuatro años, la República Dominicana presencia un espectáculo sistemático donde los aspirantes al poder descienden de sus torres de privilegio y se lanzan sobre los barrios, campos y arrabales con discursos prefabricados y promesas vacías diseñadas para confundir más que para educar. La retórica utilizada promete desarrollo, crecimiento y oportunidades que rara vez llegan a materializarse en las vidas cotidianas de los ciudadanos más vulnerables.

Cuando los discursos no logran su propósito, el sistema recurre a prácticas que degradan la democracia y la dignidad humana: tarjetas de supuesta superación social con montos irrisorios, fundas de alimentos, bonos ocasionales y promesas de empleos públicos que casi nunca se cumplen. El voto del pobre se negocia como si fuera una mercancía, reduciendo la participación democrática a una transacción económica donde la dignidad ciudadana es el precio de pago.

Los pobres como activo político

Lo más preocupante de este modelo es que el pobre dominicano no es concebido como ciudadano con derechos inherentes, sino como un activo electoral moldeable, vulnerable y cíclicamente engañado. Un pueblo empobrecido y mal informado es estructuralmente más fácil de manipular. Por eso, sistemáticamente, no se invierte con seriedad en educación crítica que permita a los ciudadanos analizar críticamente las propuestas políticas. Por eso no se generan empleos dignos que rompan el ciclo de la exclusión y la dependencia. Por eso la política pública no se enfoca radicalmente en erradicar la pobreza, sino en administrarla de manera que perpetúe la necesidad política de grupos vulnerables.

Una vez que el poder es alcanzado, el lenguaje cambia. Las promesas son archivadas en expedientes públicos que nadie consulta. Los discursos se diluyen en la burocracia administrativa. El pueblo vuelve a quedar solo frente a la realidad económica que poco ha transformado. El ciclo vicioso se cierra temporalmente: pobreza, abandono, olvido. Hasta que nuevamente llegan las elecciones y renace, artificialmente, la esperanza (resumen y balance de la participación ciudadana).

Avances reales versus explotación sistemática

Es importante reconocer que el Gobierno dominicano ha presentado iniciativas que buscan ir más allá de la simple medición tradicional de la pobreza. La República Dominicana está desarrollando su primer Índice de Pobreza Multidimensional oficial para 2025, que complementará la medición monetaria e incorporará voces de habitantes en situación de vulnerabilidad, abordando dimensiones como educación, salud, asistencia social, calidad de vida, vivienda, acceso digital, electricidad, agua potable y saneamiento (en 2025 RD podrá medir las principales carencias de los pobres).

Adicionalmente, programas como Oportunidad 14–24 y la expansión del INFOTEP representan esfuerzos por fortalecer la formación técnico-profesional y la empleabilidad juvenil. El país mantiene un crecimiento económico estable y ha alineado su presupuesto con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, destacando avances relevantes presentados a instancias internacionales (República Dominicana presentará ante la ONU avances clave en reducción de pobreza, salud, igualdad de género y sostenibilidad territorial).

Sin embargo, estos avances conviven incómodamente con la realidad de que la informalidad laboral persiste como desafío estructural, especialmente entre jóvenes y mujeres, y el acceso a la justicia permanece desigual para amplios sectores poblacionales.

Un llamado a la conciencia ciudadana

La tragedia nacional dominicana se perpetúa porque falta un despertar colectivo y una consciencia crítica. Mientras los pobres sigan siendo tratados como el mejor negocio de los políticos para ascender al poder, la transformación genuina seguirá siendo una consigna hueca inscrita en tribunas electorales.

La verdadera liberación no comienza con promesas de tarjetas o bonos. Comienza cuando el ciudadano comprende profundamente que su voto no se alquila, que su dignidad no es negociable y que su pobreza no es accidental sino resultado de decisiones estructurales históricas. El cambio real no vendrá de quienes viven de administrar la miseria de otros, sino de un pueblo consciente que decide romper definitivamente con la manipulación política sistemática.

Los dominicanos poseen la capacidad de construir un destino diferente. Las cifras positivas de reducción de pobreza demuestran que la transformación es posible cuando existen políticas públicas genuinas. Pero esa transformación debe consolidarse mediante una ciudadanía que exija cuentas claras, que rechace el paternalismo electoral, que demande empleos dignos en lugar de asistencialismo, que insista en educación de calidad que libere mentes, no que las adormezca.

El futuro de la República Dominicana depende de decisiones conscientes. De un pueblo que reconoce sus fuerzas propias. De ciudadanos que entienden que la pobreza estructural se combate con políticas de largo plazo, no con promesas de corto plazo. De una sociedad que decide que la dignidad humana no es mercancía en un mercado electoral, sino el fundamento sobre el cual debe construirse toda verdadera democracia. Mientras esa consciencia creciente se fortalezca, el acto de denunciar estas prácticas es una obligación ética compartida, y la lucha continua sin perder esperanza es un acto de dignidad profundamente dominicano.

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