Cultura

Los Bailes de la Anexión

Entre las observaciones recogidas por López Morillo figuran las alusivas a la vocación festiva de la población, de fuerte arraigo entre los diferentes estratos sociales, y la pasión por el baile

ADRIANO LÓPEZ MORILLO (1841-1913) fue un joven oficial español, gallego nacido en El Ferrol, que estuvo en el país durante el período de la Anexión a España (1861-65), conviviendo de manera más estrecha con la población dominicana que otros de sus compañeros de armas debido a su reputada jovialidad y por la circunstancia (feliz por demás para el registro histórico) de haber caído prisionero de los soldados restauradores en Santiago, siendo recluido en Jánico, en el corazón de la Sierra, por espacio de más de año y medio. Sus impresiones sobre esta etapa de la historia nacional, el perfil de la población –incluyendo los rasgos distintivos de color- y las costumbres dominicanas de la época, quedaron reseñadas en una obra publicada en 1983 por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Reincorporación de Santo Domingo a España, rica en referencias útiles para el estudio de nuestra sociedad.

Obra de madurez escrita cuatro décadas más tarde de su experiencia dominicana, sumamente documentada, revela a un intelectual de raíz, unido a la milicia en la rama de infantería con actuación en Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y la Península ibérica, que culminó su carrera con rango de general de brigada en el Regimiento de Reserva de La Coruña. Entre las observaciones recogidas por López Morillo figuran las alusivas a la vocación festiva de la población, de fuerte arraigo entre los diferentes estratos sociales, y la pasión por el baile.

“Era ya costumbre inveterada bailar todos los días de fiestas en diferentes casas, en todas las poblaciones, al igual que los campesinos que nunca prescindían de su ‘guateque’. Los bailes en la población empezaban a diferentes horas. Algunos, ya desde la tarde, daban principio a rendir culto a Terpsícore; otros, que tenían lugar en ciertas casas de las gentes más decentes, no empezaban hasta las nueve, pero en todos había una gran confusión de colores y aun de personas debido a que en Santo Domingo no se conocía la diferencia de clases por más que había la separación que lleva siempre consigo la distinta posición social de cada uno, pero aun esto no era más que para el trato íntimo, porque en la vida pública y civil no existían diferencias. Sin embargo, las había en el modo de sentir de los blancos, como pudimos apreciar cuando llegamos. ¡Bien pronto se revelaron al exterior!”

Antes de proseguir con el retrato de los bailes en los pueblos que el autor alude como poblaciones, conviene detenernos en la referencia al denominado “guateque” de los campesinos, como modo de sociabilidad. Al respecto, López Morillo retiene que “todos los domingos y días de grandes fiestas las gentes bien acomodadas de los campos iban a las poblaciones para sus asuntos a pasar el día con sus amigos. Marchaban en pequeñas caravanas, alegres y engalanados con lo mejor de sus cofres, regresando por la tarde para armar su guateque”. En éste, “no sólo se bailaba, sino que también acompañaban el baile con canciones y alusiones de inspiración de la tierra. Las libaciones entre los hombres eran continuadas, haciéndose gran uso de la cerveza, el romo o ron que ellos mismos fabrican, dando por resultado que surgieran disputas y salieran a relucir los machetes, causándose terribles heridas y aun la muerte”.

Por eso, en el sabroso merengue Fiesta en La Joya, escrito por Félix López casi un siglo después de las acotaciones ciertas de López Morillo, se habla de las accidentadas fiestas de enramá. En las cuales por más advertencia del pedáneo, inocultablemente “se tira su palo y su pedrá”, como reza el estribillo.

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Retornando a la fiesta de pueblo dibujada por nuestro autor, toca el turno a la descripción del conjunto musical. “La orquesta a cuyo son bailaban las damas más encopetadas de Santo Domingo se componía de un bombo, un clarinete, unos tambores o timbales y un ‘güiro’; solían agregar algún que otro instrumento de metal, aumentando así la estruendosa algarabía de aquella música inverosímil e intolerable no sólo para los oídos menos sensibles, sino también para los nervios más tranquilos”. Reacción a todas luces de rechazo a lo que sonaba en los oídos de López Morillo, probablemente sesgada por el filtro cultural, pero quizá evidencia temprana del patrón de reventar el tímpano con la música que todavía prevalece en las fiestas dominicanas de hoy. Que hace imposible hablar con quien se halla al lado y obliga al lenguaje de señas.

Relata nuestro autor que “al compás de aquel endiablado ruido bailaban la ‘Mangulina’; las parejas se movían separadamente, el galán enfrente de la dama y levantando mucho los pies, y daban vueltas alrededor de la sala, entonando canciones alusivas al baile, el amor, o a determinadas personas.”

Sobre este último motivo, refiere López Morillo recordar una mangulina “que aludía a un abanderado llamado Tomás, que había huido con la bandera cuando la batalla de Talanquera”. Esta mención resulta sumamente interesante, pues el cronista cita la letra de uno de los merengues conocidos reputados pioneros, copiada ampliamente por autores que han hurgado en los orígenes de este género. Aun más, se trata –como veremos más adelante en esta serie sobre la pasión danzaría dominicana- del texto de un merengue que ha sido presentado por algunos ensayistas como el primero de este género musical. Conforme a una versión que sostiene el nacimiento del baile nacional por antonomasia tras la ocurrencia de las escaramuzas de Talanquera, libradas por los dominicanos encabezados por el general Francisco Antonio Salcedo contra las tropas haitianas de Pierrot que avanzaban hacia Santiago en marzo de 1844.

Asimismo, podría interpretarse como un refuerzo a la discutida tesis planteada por el escritor costumbrista Rafael Damirón, conforme a la cual el merengue proviene de un desarrollo de la mangulina, originaria de los campos del Sur y extendida hacia el Cibao. Finalmente –de no ser una confusión de López Morillo, en cuanto a la identificación de dos géneros musicales distintos, con sus correspondientes diferencias coreográficas, como son la mangulina y el merengue- podría consistir en un fenómeno de adaptación de la lírica de una misma composición folklórica a formas musicales diferentes.

La versión registrada en la memoria de López Morillo transcrita en su obra dice así: “Si yo fuera Tomás/yo no volviera/a la batalla/de Talanquera./Tomás huyó/de Talanquera/Tomás huyó/con la bandera/Si yo fuera Tomás/yo no volviera”. En la versión de Julio Alberto Hernández, referida a éste por Rafael Vidal Torres y publicada en 1927, el sentido cambia a contrario: “yo no juyera”.

Consigna el oficial español otro dato útil para la historia musical dominicana, al indicar que la “danza cubana” era el “baile que más apasionados tenía, sobre todo en las ciudades”, agregando que era en Santo Domingo “muy licenciosa y naturalista”. Brindándonos una preciosa estampa de sus movimientos: “La mujer, abrazada a la cintura del hombre, y éste a veces con el machete cogido con ambas manos y apoyado de plano sobre el cuello por la parte posterior, pasaban horas y más horas agitándose y dando vueltas a la sala de baile. La danza pintaba a lo vivo aquellas costumbres y pasiones, porque excitando todos los sentidos, abarcaba todos los instrumentos, el ritmo, el compás, la voz y el canto.”

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Otro de los tópicos abordados es la venta de bebidas y comidas durante las fiestas bailables. “Había una costumbre que merece relatarse porque era peculiar en aquel país. En la casa donde tenía lugar el baile, se establecían con autorización del amo vendedoras de ponche, refrescos, cervezas y dulces. Cada concurrente tomaba lo que le parecía y convidaba a sus amigos, satisfaciendo el gasto sin que el dueño de la casa pagase ni aun a los músicos, sostenidos a escote entre los convidados. Esto no excluía que hubiera algunas reuniones de otra índole en la que los concurrentes fueran obsequiados con arreglo a las posibilidades de los dueños, pues he asistido a muchos bailes, donde todos fuimos tratados con esplendidez y generosidad que los dominicanos tienen ya por hábito, y cumple a mi veracidad dejar consignado una vez más que nadie los supera en hospitalidad y trato cariñoso.”

JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO

(** Note: This article was migrated from a legacy system on 7/15/2023)

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