La lucha contra la corrupción política continúa siendo una necesidad urgente para la República Dominicana. Los escándalos de alto nivel, los desvíos de recursos públicos y los casos que han marcado la agenda nacional demuestran que existe un combate permanente por recuperar la confianza ciudadana. Sin embargo, existe una verdad incómoda que frecuentemente pasa desapercibida en los análisis y debates públicos: la corrupción no es un fenómeno exclusivo de las élites políticas.
Detrás de cada acto de corrupción sistemática existe una red de comportamientos individuales, decisiones cotidianas y prácticas normalizadas que la hacen posible. La corrupción política no surge del vacío; emerge de una cultura donde ciertos valores han sido gradualmente desplazados, donde la integridad deja de ser la brújula que orienta nuestras acciones, y donde la tolerancia hacia lo incorrecto se convierte en parte de la normalidad. Esta es la corrupción silenciosa que envenena el tejido social dominicano desde sus cimientos más profundos.
Los Múltiples Rostros de la Corrupción en Nuestro País
Cuando observamos los datos sobre percepción de corrupción en la República Dominicana, encontramos cifras que revelan la complejidad del problema. En 2024, el país obtuvo 36 puntos en el Índice de Percepción de la Corrupción, posicionándose en un rango moderado a nivel internacional según el análisis de Transparencia Internacional. Sin embargo, lo que estas cifras reflejan no es solo la corrupción institucional, sino también la manera en que la desconfianza permea cada aspecto de la vida cotidiana dominicana.
Los casos emblemáticos recientes ilustran cómo la corrupción se infiltra en los espacios que tocan directamente la vida de los ciudadanos. El escándalo en el Seguro Nacional de Salud evidenciado por el reporte sobre Senasa no representó simplemente un desvío de recursos económicos; demostró cómo la corrupción se convierte en una forma de violencia social contra los sectores más vulnerables. Mientras funcionarios y redes delictivas desviaban fondos destinados a garantizar atención médica para cientos de miles de dominicanos de bajos ingresos, miles de ciudadanos enfrentaban la imposibilidad de acceder a medicamentos, tratamientos oportunos y servicios básicos de salud.
Este tipo de corrupción trasciende las cifras y las investigaciones judiciales. Representa una ruptura en el contrato social, un quiebre de la confianza fundamental entre los ciudadanos y las instituciones que supuestamente existen para proteger sus derechos. Cada peso desviado de las arcas de Senasa significó menos esperanza, menos vida, menos dignidad para aquellos que depositaron su confianza en un sistema que los traicionó.
La Corrupción Como Herencia y Normalización
La corrupción cotidiana comienza muchas veces en espacios que no figuran en los titulares de prensa ni en los reportes de organismos anticorrupción. Comienza en hogares donde se enseña que es aceptable obtener ventajas por caminos tortuosos, donde se minimiza el nepotismo como un acto natural, donde se normaliza el soborno como parte del funcionamiento regular de las cosas. Comienza en sectores laborales donde se acepta lo incorrecto como algo inevitable, donde la frase "así se hace aquí" se convierte en justificación para comprometer la ética.
Instituciones no políticas también participan activamente en esta cultura de corrupción silenciosa. Empresas privadas, organizaciones comunitarias, estructuras sindicales y hasta espacios educativos pueden convertirse en escenarios donde se actúa sin ética ni responsabilidad. Cuando una empresa ofrece un regalo desproporcionado a un funcionario público para agilizar un trámite, cuando un profesional acepta un soborno para modificar un documento, cuando un ciudadano se aprovecha de un sistema de distribución de servicios públicos mediante conexiones personales, todos ellos participan en el mismo fenómeno que condena a la nación.
La corrupción administrativa permea principalmente los ministerios y las instituciones gubernamentales, pero sus raíces se extienden hacia todas las capas de la sociedad. Lo que comienza como pequeños actos de deshonestidad se perpetúa en sistemas, se institucionaliza en prácticas, y eventualmente se reproduce en nuevas generaciones que heredan una cultura donde la integridad no es la regla, sino la excepción.
La Persistencia de Desafíos Estructurales
A pesar de algunos avances importantes, 2025 ha dejado al descubierto los desafíos permanentes que enfrenta la República Dominicana en su lucha contra la corrupción. La lentitud en el procesamiento de casos judiciales ha permitido que la impunidad persista como una realidad tangible, como advierte Participación Ciudadana en su balance anual. Mientras los casos avanzan lentamente por los tribunales, el mensaje que se envía es claro: la corrupción puede esperar, y frecuentemente, esperar significa escapar.
Los controles débiles sobre el financiamiento de los partidos políticos han permitido que dinero proveniente de actividades ilícitas, particularmente del narcotráfico, se infiltre en las estructuras del poder. Diputados, regidores y otros funcionarios han sido vinculados a casos de lavado de activos, revelando que la penetración de actividades criminales en la política dominicana es una realidad que no puede ignorarse.
Sin embargo, es importante reconocer que la República Dominicana también ha experimentado avances significativos. Por cuarto año consecutivo, el país ha mejorado su posición en el Índice de Percepción de la Corrupción, pasando de 28 puntos en 2020 a 36 en 2024, como destaca el reporte oficial de percepción de la corrupción. A nivel mundial, la República Dominicana se encuentra entre los países con mayores avances en la lucha contra la corrupción en años recientes. Este progreso demuestra que es posible cambiar la trayectoria cuando existe voluntad institucional y compromiso ciudadano.
La Responsabilidad Personal Como Punto de Partida
Para que la lucha contra la corrupción sea verdaderamente transformadora, debe comenzar en la intimidad de cada hogar, en las decisiones que tomamos todos los días, en la manera como elegimos comportarnos cuando nadie está observando. La corrupción cotidiana se combate cuando padres enseñan honestidad a sus hijos no solo con palabras, sino con el ejemplo de sus acciones. Se combate cuando profesionales rechazan presiones para actuar sin ética, cuando empleados denuncian irregularidades sin temor a represalias, cuando ciudadanos se niegan a participar en sistemas de soborno o tráfico de influencias.
La revisión personal y comunitaria es fundamental. Significa cuestionarse constantemente sobre nuestros propios comportamientos: ¿Aceptamos lo incorrecto como normal? ¿Enseñamos integridad a través del ejemplo? ¿Tenemos el coraje de denunciar cuando somos testigos de corrupción? ¿Apoyamos a instituciones y funcionarios que demuestran compromiso genuino con la transparencia y la rendición de cuentas?
La República Dominicana necesita que sus ciudadanos reconozcan que la corrupción no es un problema que otros resolverán, sino una responsabilidad compartida. Cada acción honesta, cada decisión que prioriza la ética sobre la conveniencia, cada denuncia de irregularidades contribuye a cambiar la cultura. La honestidad debe convertirse en una práctica cotidiana, no en una aspiración lejana.
El país enfrenta la oportunidad de demostrar que las instituciones democráticas pueden autocorregirse, que es posible imponer sanciones ejemplares, recuperar recursos desviados, transformar la institucionalidad y dejar atrás el clientelismo que ha marcado históricamente la política dominicana. Pero esta transformación solo será posible si ocurre tanto en los pasillos del poder como en los hogares, en los espacios de trabajo, en las interacciones cotidianas que tejen la realidad social de la nación.
La corrupción cotidiana debilita el tejido social de forma gradual pero inexorable. Sin embargo, la integridad cotidiana, practicada por millones de dominicanos comprometidos con hacer lo correcto, tiene el potencial de fortalecerlo y transformarlo. El futuro de la República Dominicana depende no solo de los grandes cambios institucionales, sino de la suma de pequeñas decisiones éticas que cada ciudadano toma cada día. Una nación más sana, donde la honestidad sea verdaderamente una práctica de cada día, es posible cuando todos deciden que así sea.
Referencias usadas en Artículo
- Índice de Corrupción República Dominicana – Trading Economics
- Senasa o cuando la corrupción rompe el contrato social – elDinero
- Participación Ciudadana dice: 2025 quedará marcado por graves retrocesos en la lucha contra la corrupción – El Nuevo Diario
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