Pernoctar dentro o cerca de una porqueriza representa un gran riesgo para la salud, aunque muchos se acostumbran a los malos olores y a las aguas putrefactas. Esta realidad, asociada tradicionalmente a la cría de cerdos, sirve hoy como metáfora para analizar el panorama mediático y social en República Dominicana. Las redes sociales se han convertido en un espacio donde se vierten injurias, rumores maliciosos y manipulaciones que buscan dañar reputaciones o influir en la percepción pública.
El problema central radica en la normalización de estos contenidos tóxicos. Multitudes consumen diariamente mensajes afrentosos a través de dispositivos electrónicos, creando una peligrosa adicción colectiva a la información contaminada. Esta dinámica ha permitido que algunos intenten reescribir narrativas, presentando incluso a figuras del narcotráfico como referentes éticos mediante campañas orquestadas de desinformación.
Detrás de estas prácticas se esconden estrategias calculadas: programas automatizados y cuentas falsas multiplican el impacto de contenidos creados para desviar la atención de temas clave de la agenda nacional. El resultado es un ambiente mediático donde la vulgaridad y la mentira compiten por dominar el espacio público, contaminando el debate democrático.
Frente a este desafío, surge un llamado urgente a la acción coordinada. Instituciones gubernamentales, medios de comunicación, sector judicial y académico están convocados a construir mecanismos de contención ante esta marea de desinformación. La propuesta incluye fortalecer la educación mediática ciudadana y establecer filtros éticos que protejan el tejido social sin comprometer la libertad de expresión.
La solución requiere visión patriótica y compromiso colectivo. Así como los productores porcínicos implementan medidas sanitarias, la sociedad dominicana debe desarrollar anticuerpos contra la intoxicación informativa. Preservar la salud democrática exige enfrentar con valentía estas nuevas formas de contaminación social, protegiendo los valores de veracidad y respeto que caracterizan al pueblo dominicano.
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